Seguidores

miércoles, 28 de agosto de 2013

19. Mi Locura

19. Mi locura

Al rato empezamos a caminar, la nieve dejó de estar derretida para convertirse en hielo de nuevo, mientras que el frío congelaba nuestros huesos.
Un paso, otro paso, todos en silencio, solo se escuchaban los crujidos del hielo al caer nuestros pies.
Iban pasando las horas, yo me entretenía comparando el ruido de nuestros pasos. Los de Miranda eran sigilosos, casi como los de un gatito, era una persona silenciosa, si ella quisiera, nadie la podría encontrar. En cambio los de Klaus… Bueno parecía que quisiera que lo escucharan a kilómetros de distancia (sonreí al pensar que lo estuviera haciendo a propósito), apoyaba todo su peso en cada paso y ahogaba así los míos casi mudos, que apenas se escuchaban.
 El tiempo que pasamos caminando es algo que ninguno podemos controlar, no es como si estuviéramos dando vueltas en círculos, sin acercarnos lo más mínimo a la victoria, y cansándonos en el intento. No, nosotros caminábamos en línea recta, hacia donde creíamos que estaba el Monasterio del Norte. Y eso lo sabía porque reconocería en cualquier parte las huellas que dejaban mis ridículos y enanos pies.
Casi prefería que nadie estuviera hablando, me gustaba la tranquilidad del silencio, del silencio absoluto, ya que te permitía tener un momento para pensar, ¿en qué? No lo sé, supongo que en nuestra cabeza siempre nos andamos por las ramas, empezamos pensando algo, y terminamos con un pensamiento totalmente diferente, y a veces sin sentido.
Aunque claro todas las acciones comienzan pensando algo, nadie puede estar mucho tiempo sin hacer nada, puede ser que eso sea porque nuestro cerebro necesita estar en funcionamiento todo el tiempo. Ni siquiera desconecta cuando dormimos, ya que también soñamos.
Alcé la vista y pude ver a lo lejos, muy muy a lo lejos, a una pequeña figura cuadrada. La niebla no me dejaba distinguir bien lo que era, pero mi vista era lo suficientemente buena como para saber que era una especie de guardián, me alarmé un poco al preguntar:
-¿Qué es eso?-señalé con el dedo.
-¿El qué?- preguntaron.
-¿No lo veis? Esa figura de ahí, parece una especie de guardián, ¿no?
-¿Qué guardián? Yo no veo nada- dijo Miranda.
-¡Dios! Pero si está ahí, lo veo claramente.
-Silver creo que lo confundes- comentó Klaus.
-¿El qué confundo?
-Ahí no hay nada, tranquilízate venga, ya falta poco.
Aparté la mirada de sus ojos irritada, y me quedé en silencio.
Cada paso que dábamos lo veía más y más claro, estaba ahí, el guardián, y me estaba enfadando porque no me hacían caso. Asique, para demostrarles que se equivocaban, alcé mis alas para elevarme en el aire.
-¡¿Qué estás haciendo?!- me gritaron desde el suelo.
Seguí silenciosa y empecé a volar para poder ver esa sombra más de cerca.
Parece que volé a toda velocidad porque en pocos segundos vi, pude ver…
Era, era… Aun no lo distinguía bien… Era… ¡El anciano del muro invisible!
Oh dios mío.
Él, él desapareció… La Dracumba… Empecé a recordar lo sucedido:
Desperté en la playa, caminé y me topé con un muro invisible, al otro lado del muro había un anciano con una cajita, la Dracumba. Entonces él la abrió y desapareció para siempre. Yo atravesé el muro, abrí la Dracumba y… Y llegué al pueblo pero… Sí, pero la Dracumba había desaparecido, y ese anciano también… Pero no tiene sentido, ¿Qué hacía aquí, en medio de ninguna parte? ¿Cómo había llegado?
Bajé del cielo enseguida y me di un golpe en los pies al caer, aunque enseguida conseguí enderezarme, y pude verlo de nuevo.
-Tú… Otra vez. – dijo con la misma voz ronca de la otra vez, había pasado tanto tiempo… Aunque lo recordaba como si fuera ayer, más bien, era lo primero que recordaba.
-Sí, soy, soy yo. ¿Cómo ha llegado aquí?- me atreví a preguntar.
Al ver que no contestaba me agaché para estar a su altura y volví a preguntarlo:
-¿Cómo ha llegado aquí?
-Silver. –Pronunció mi nombre pensativo- ¡Silver! – Gritó mientras me cogía de los hombros con fuerza, parecía muy alterado- ¡la Dracumba, dámela!
-¡Yo no la tengo, usted desapareció!-gemí.
-¡Mentira, la tienes tú, siempre la has tenido!-chillaba como un lunático mientras me empujó al suelo-¡Dámela, traidora!
-¡Miranda, Klaus! – Pedía ayuda ya que me hacía daño y no podía quitármelo de encima - ¡Miranda!
Empecé a gritar con todas mis fuerzas, el anciano me estaba intentando ahogar, me había puesto el codo en la garganta y con el otro brazo me sujetaba para que no me moviera, no podía escapar.
Escuché mi nombre a lo lejos, eran ellos, estaban llegando.
Perdí todos mis sentidos.


Sus caras estaban frente a mí, mirándome, mirándome como si hubiera perdido la cabeza, como si todo lo que dijera fuera una locura. Empecé a recuperar la audición, y la vista, veía perfectamente. Desperté de nuevo.
Me enderecé, esta era la situación: El anciano no estaba, ellos estaban preocupados mirándome, el Monasterio estaba muy cerca, a unas diez millas como mucho.
-¿Qué…? ¿Qué pasa?- Conseguí preguntar - ¿y el anciano? Me intentaba matar chicos, me estaba ahogando – Las preguntas se me atragantaban en la garganta - ¿Y la Dracumba? – Cada vez me miraban más preocupados - ¿Y Justin? ¡Estoy harta de vivir con los ojos cerrados, fingiendo no enterarme de nada, fingiendo que no me duela que no esté, sé que no está, pero es que tiene que estar, yo le necesito, no se siquiera si está vivo! – me levanté de un salto, muy alterada, se dieron cuenta de que me estaba trastornando - ¡Justin, Justin vuelve, vuelve! –
Estaba gritando a la nada, a nadie, me decían que me tranquilizara pero no funcionó, hasta que Klaus me cogió del brazo con fuerza y me gritó desesperado:
-¡Silver no había nadie, ningún anciano, la Dracumba de la que hablas no existe!
-¡Es mentira, no puede ser, me estaba ahogando, ahogándome, no me lo he imaginado, era real, me quería matar!
Miranda empezó a llorar.
-¡Silver escúchame!- me cogió de los brazos obligándome a que parara de gritar y de moverme como una loca – Todo va a ir bien, estoy, estoy contigo. – Nuestros ojos empezaron a llorar a la vez – Siempre estaré contigo. Te lo prometo.
Entonces… Entonces pasó algo que todavía no me explico. Nos besamos.
No recuerdo exactamente cómo sucedió, creo que mi vida rota cedió a su amabilidad en aquel momento. No sé quién besó a quién. Sólo sé que fue lo más apasionado que me había pasado desde que él se fue. Lo hicimos lentamente, creo que fue más que un beso, despertó algo en mí que había estado oculto mucho tiempo.
Sus manos me acariciaban con un poco de, de miedo, me atrevería a decir, ¿miedo a qué? ¿A hacerme daño? ¿Miedo a que cuando me tocara me rompiera en mil pedazos? No lo sabía, simplemente lo hacía con delicadeza, pero me gustaba. Me gustaba él, me gustaba besarle, me gustaba tocarle. Tenía una relación extraña con aquel chico, algo complicado, difícil de explicar.
Entonces un sentimiento de culpa aterrador empezó a eliminar el sentimiento de amor, que también había empezado a sentir.
Eso me hizo alejarme de él, y de sus besos. Me aparté con brusquedad, creo que llegué a empujarlo un poco.
Dios, ¿Qué había hecho? Era sólo un chico, un chico. Pero no podía esperar a Justin eternamente, no podía vivir así, tenía que hacer lo que pudiera, y cuando pudiera.
-Lo siento – Me dijo.
No pude pronunciar ninguna palabra, asique le rodee el cuello con los brazos. Hay veces que los abrazos son mucho mejores que las palabras. Estuvimos unos segundos así, agarrados, ninguno nos queríamos soltar.
-Bueno venga, vamos, ya está – Le susurré mientras le limpiaba las lágrimas de la cara- ya está.


No hay comentarios:

Publicar un comentario